Se fue sin aviso, como relámpago que parte en dos la noche, y dejó tras de sí un aire espeso dotado de palabras que dejó en suspenso, que nunca llegué a escuchar, ni siquiera pensar, las que ahora invento para llenar esos huecos de su partida.
Todo está teñido de su ausencia. Los días, que antes tenían el pulso firme del deseo, ahora titubean en su andar. Las mañanas llegan sin la promesa del alba; las noches caen sin ese refugio de su sombra. Camino entre ecos, entre murmullos de lo que fuimos y quisimos llegar a ser y en cada rincón descubro su rastro invisible, un perfume que ya no está, un sonido que tal vez nunca existió, pero que ahora resuena con la fuerza de lo perdido.
A veces cierro los ojos y pronuncio quedo y sin vaivén su nombre. Quisiera creer que el viento lo lleva hasta donde está, que en algún rincón del tiempo ella lo escucha y sonríe. Porque el tiempo, ese traidor implacable, no sabe de regresos, pero yo sí. Sé de la espera, de la súplica muda, de las ganas intactas de que vuelva lo que fue o al menos el deseo de que regrese el deseo.
Porque el deseo es la última vela que queda encendida en la tormenta, la última brasa en la casa en ruinas. Sin él todo es pasillo vacío con el eco que se repite hasta volverse una sombra sin rostro. Pero con él hay todavía una puerta entreabierta, un resquicio por el que la vida puede mutarse de nuevo, aunque tímida y lentamente, aunque duela de principios a fin.
Me aferro a las palabras que dejó esparcidas, las que huelo cuando entro en ansiedad, las que junto como quien recoge hojas de un otoño interminable. Me digo que tal vez, si las ordeno de la manera correcta, si las pronuncio con el aliento exacto, si las junto con el aire almidonado, pueda convocar su voz de nuevo, traerla de vuelta, aunque sea en un susurro. Y si no a ella, al menos a la llama que su ausencia apagó.
Porque en el fondo, más que su regreso, más que la ilusión imposible del retorno, lo que suplico es que vuelva a latir en mí la certeza de querer, la fe en el mañana, la salud añorada, ese golpeteo en el pecho sin que cese, el impulso que me haga abrir la ventana y no solo mirar el mundo, sino desearlo y esculpirlo otra vez.
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