Era un comienzo constante y reiterativo
que su mirada campos abría y alas desplegaba
y uno debía volar o imaginar imposibles
sólo por el hecho de atreverse ser uno y todos.
Siempre atrapaba espacio y viento y un talento
al ahorcajarse del mundo ajeno hecho sonrisas
y uno debía dejar que el espíritu respirase
con el áspero tono del sentido en diáspora.
No sabía ponerse en deshumana circunspección
porque la vida era serenidad y un juego personal
y uno acompañaba su autoengaño con su amor
que palidecía ante su fuego inenarrable y frío.
Sus pausas corrían suaves al compás de su creación
que desgastaba en descubrir lo que llevaba dentro
y uno por dentro se consumía en sus demonios
haciéndolos combinar con esos ajenos demonios.
Desprendía audaz una hilaridad sonora y tersa
en cuya cautela inundaban mitologías y cristos
y uno de la añagaza atrapaba su libertad
tan ansiada de verse liberada con cariñoso velo.
Era una paz ansiosa que remordía cimientos
al verse de nuevo en desasosiego peligroso
y uno fulguraba entre choques y energías
robados a la vida con una fe ciega y enérgica.
Fue difícil atreverse y descubrir alguna verdad
entre la miríada de mentiras y mundos
y uno ganaba con aquella presencia duplicidad
en el fondo y en la máscara de sí mismo.
Leerla o disfrutarla era concluir la manera peligrosa
de convertirse radicalmente en sí mismo
y uno era invitado a su fogata experimental
de liberación absurda de dejar de ser uno mismo.
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