En las negociaciones México-EU existe la posibilidad de que los cambios se implementen de forma gradual, lo que permitiría proteger a empresas, trabajadores y consumidores
Debido a la vulnerabilidad y dependencia de México, y al incumplimiento de ciertos aspectos clave en materia de seguridad y del propio acuerdo comercial, las autoridades mexicanas no tienen el mismo margen de maniobra que sus contrapartes canadienses. La prudencia y mesura de la presidenta Sheinbaum son dignas de reconocimiento, aunque también es consecuente con nuestra frágil situación, además, los resultados no difieren mucho de los obtenidos por Canadá.
Es importante destacar que la mejor carta de México ha sido el cambio de rumbo en el combate al crimen organizado, lo que le ha otorgado autoridad moral y credibilidad, aunque ha dejado en mala posición al gobierno de López Obrador. No obstante, ese capital político se ve afectado por la protección al régimen obradorista, como lo evidencian dos hechos recientes: la defensa a trasmano de Cuauhtémoc Blanco y el escándalo en torno a un rancho en Teuchitlán, Jalisco.
Las negociaciones con Estados Unidos —presumido como el único país con trato preferente— han generado expectativas de un tratamiento diferenciado. Hasta ahora no ha sido así. Aun así, existe la posibilidad de que los cambios se implementen de forma gradual, lo que permitiría proteger los intereses de empresas, trabajadores y consumidores, tanto en México como en EU.
Sin embargo, el estilo confrontativo de Trump y su equipo complica aún más el panorama, debido a su firme intención de eliminar el déficit comercial y relocalizar la producción manufacturera en territorio estadounidense. Este proceso tomará años y, a corto plazo, afectará tanto a los consumidores como a las propias plantas de producción estadounidenses, si se interrumpe la cadena de suministro.
Para contrarrestar el pesimismo sobre los aranceles al sector automotriz, se ha señalado que los componentes norteamericanos integrados en los vehículos ensamblados en México podrían reducir el arancel efectivo al 16%, según estima Enrique Quintana. Esta cifra es incluso menor al impacto de la reciente depreciación del peso. No obstante, el problema no es si la planta productiva puede absorber el costo, sino la decisión de Estados Unidos de relocalizar su industria, particularmente la automotriz, sin importar que el futuro está en el sector de servicios.
La realidad es que hay pocas alternativas. México sigue siendo un mercado importante para las exportaciones estadounidenses y la relocalización llevará años.
Esta política proteccionista es contraproducente según expertos y mercados. Un descalabro electoral en las elecciones de noviembre de 2026 podría marcar el inicio del fin de este ciclo proteccionista que ha alterado la economía global. Las empresas involucradas y los gobiernos de México y Canadá deben tenerlo en cuenta.
Más temprano que tarde, el tiempo podría revertir —o al menos mitigar— esta ola proteccionista, aunque el mundo ya no será el mismo.