Es la vida siempre un umbral, un pasillo abierto en tránsito, nunca en reposo. Como el imperceptible cambio entre invierno y primavera, no hay línea exacta que divida una estación de otra. Un día el frío todavía muerde las ramas y, al siguiente, sin aviso, los brotes tiemblan entre las grietas. La nieve no se despide, desaparece. La primera flor llega de improviso, sin registro de su presencia, sin anuncio que declare que llegó para siempre. Así la vida se desliza sin destino fijo, sin puerto, en caravana, en constante entrelazar de estaciones internas, de inviernos a primaveras que nos habitan.
A veces aferramos la esperanza al hielo, al abrigo seguro de la quietud, al lado que nos lleva al refugio del frío, sin tránsito.
Descubrimos que incluso la noche más larga aguarda esa promesa del deshielo. La savia empieza a despertar bajo la corteza mucho antes que lo notemos y nuestras emociones, como savia inmemorial, se agitan antes que sepamos nombrarlas. La tristeza no es pozo sin fondo, sino semilla oculta. La alegría, la frágil atractiva, la luminosa, la espontánea, no puede ser retenida, es aliento apenas, es tránsito, lo efímero que nos transforma por instantes.
¿Qué sentido tiene vivir si nada permanece? Quizá precisamente ese fluir, sabernos pasajeros, inquilinos del cambio, aprender a no temer al umbral. Buscamos certezas, atrapar la eterna primavera, sostener los sueños largo tiempo, pero la vida no es roca o castillo, es puente suspendido, cuerda que vibra entre lo que fuimos y lo que seremos. Vivir es caminarlo, sabiendo que cada paso deshace el anterior y que no hay otro suelo más que el movimiento.
La vida es tránsito pues en él aprendemos a mirar, a reconocer que el frío enseña el origen de la luz, a reflexionar que la paciencia es parte del germinar. A veces somos invierno puro, rigidez, cansancio, cerrazón. Luego desciframos lo invisible, el secreto de la raíz, el amor entre miradas, el silencio dichoso, el abrazo febril, la barca entre planetas, la dicha entre flores. Viene una primavera, una ola, un espacio, la instancia que se fuga, el momento que llega cuando estamos listos para dejar ir.
Transitar la vida es nuestra perenne metamorfosis, la continuidad instantánea, el instante que se abre, la pieza que perfecciona el tiempo, la belleza sin lugar ni arte, el hecho simple de atravesar. Vamos de la estación al viaje, del puente al caminante, de la seguridad al salto, del sentido al absurdo, deshaciéndonos para renacer una y otra vez.
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