El 25 de noviembre del año 1915, el científico Albert Einstein presentó ante la Academia Prusiana de Ciencias, en Berlín, la teoría que lo lanzaría a la fama internacional, la “teoría de la relatividad general”. La formulación de la nueva teoría de la gravitación se presentó en un artículo de cuatro páginas titulado “Las ecuaciones del campo gravitacional”, que se publicó el 2 de diciembre en las actas de la Academia.

Si hay una fuerza, de las que se han identificado en la naturaleza, con la que estamos familiarizados, cuya presencia es omnipresente en el espacio y el tiempo, es la gravitacional. Desde la antigüedad se intentó explicar a la gravedad en relación a movimientos y lugares naturales. En el siglo XV Isaac Newton presentó tres leyes que rigen cualquier movimiento, más una ley específica para la gravitación, hasta que en 1915 Einstein lo modificó radicalmente.
Einstein tuvo, la que consideró la idea más feliz de su vida, en uno de sus numerosos experimentos mentales, se dio cuenta de que una persona en caída libre y alguien que flota en el espacio tendrían una sensación similar, como si la gravedad no existiera. En otro experimento observo también que estar de pie sobre la Tierra, atraído por la fuerza de la gravedad del planeta, no sería muy distinto de encontrarse en una nave espacial que acelerase para producir el mismo efecto.
A partir de esta intuición, Einstein se planteó que la gravedad y la aceleración deberían tener la misma causa, que sería la capacidad de objetos con mucha masa como los planetas o las estrellas formado por el espacio y el tiempo.

Una pregunta que inevitablemente surge es la de cómo llegó Einstein a crear semejante teoría. ¿Tan poderosa era su imaginación, que podía romper con toda la tradición de la física anterior? La respuesta a esta cuestión es que, independientemente de su inmenso poder creativo, Einstein siguió un camino en cierto modo «obligado». Es conveniente decir algo del hombre que había detrás de su ciencia, porque creaciones como la que Einstein produjo en 1915 no son como tesoros escondidos que están «ahí fuera», esperando que alguien los encuentre, sino que son productos de la mente, por mucho que ésta tenga que tomar en cuenta cómo se comporta realmente la naturaleza. Y la mente de Einstein, durante la mucho tiempo estuvo dedicado a buscar una teoría relativista de la gravitación, vivió intensos periodos de agitación.
Por un lado, debía estar muy satisfecho ya que había escalado por un lugar destacado en la comunidad científica, comenzando en un empleado hasta lograr su primer puesto académico como profesor asociado en la Universidad de Zúrich, así como en otras destacadas universidades. Fue precisamente en Zúrich donde conoció a Mileva Maric su esposa, pero a raíz de su interés por su estudio del problema de la gravedad la relación entre ambos se deterioró profundamente.
Mileva confeso a una amiga, “Albert se dedica por completo a la física y parece que tiene poco tiempo para la familia”, finalmente en febrero 1919 llego el divorcio, poco después en junio de ese mismo año, Einstein se casó con su prima Elsa. La gran novedad, el gran atrevimiento, de Einstein fue que sometió a una profunda crítica la forma en que hasta entonces se entendían conceptos tan básicos como los de «espacio» y «tiempo». Y al hacerlo llegó a la sorprendente conclusión de que duraciones temporales y longitudes no son magnitudes universales, sino que dependen del estado de movimiento de quien efectúa las medidas. De ahí que se terminase hablando de «teoría de la relatividad», aunque todo ello era para salvar algo más básico: el hecho de que las leyes de la física fuesen las mismas para todos aquellos observadores.
Ricardo Rugerio