En opinión de Federico Berrueto, toda resistencia ahora se ignora como se observa en estos ominosos días en los que se dará la puntilla al régimen de división de poderes.
El desfiguro legislativo en el cierre del gobierno del presidente López Obrador no guarda precedente. Las miserias del líder se trasladan al conjunto de sus seguidores y colaboradores. No existe un mínimo sentido de sensatez y comedimiento. Ante la tragedia, la respuesta de muchos es el silencio, que se vuelve permiso para continuar en la ruta de la soberbia, el encono y la destrucción del edificio democrático. El generoso voto ciudadano para gobernar lo volvieron cheque en blanco para acabar con el régimen político. Gobierna la pretensión de no interrumpir la inercia avasallante.
La confesión de López Obrador de que en su informe emitió falsas expresiones para provocar la atención o indignación de la oposición deja en claro que el mensaje presidencial es para manipular. México no tiene un servicio de salud mejor que el de Dinamarca o del mundo; además de mentir es un acto de frivolidad la consulta a mano alzada para la selección de juzgadores por voto popular. El mismo presidente afirma sin pudor que son recursos para provocar a los opositores, como si fueran una fuerza relevante. Ni duda cabe que la degradación del lenguaje, no decir de la vida pública es signo de nuestros tiempos. Con cinismo se confiesa y se celebra lo que es un acto de humillación para quien disiente.
El problema mayor no es López Obrador, tampoco quien habrá de sucederle o los miles de funcionarios y legisladores afines. La dificultad mayor y origen está en la mayoría de la sociedad y, sin duda, en buena parte de las élites acomodaticias algunas, indiferentes muchas, temerosas todas; no confían en la ley, tampoco creen en una autoridad acotada por la justicia para evitar el abuso y el exceso. El favor oficial es la apuesta y en tales condiciones nunca habrá defensa a la democracia.
Domiciliarse en las intenciones es sustento de la tiranía que se convalida cuando está presente el respaldo popular. Los resultados de estos seis años de gobierno son adversos y, en muchos rubros, desastrosos. Sin el escrutinio de las autoridades, los errores se naturalizan y lo pernicioso del proyecto se pierde en la bruma de la retórica hueca y mentirosa. Efectivamente, México cuenta con deplorable sistema de salud, uno de los grandes fracasos del régimen, pero el presidente para provocar a los derrotados y marginales, afirma con todas sus palabras que es el mejor del mundo. Igual puede decirse del estado del sistema educativo, del abasto de medicamentos, del imperio de la impunidad, de la persistente venalidad, del inexistente crecimiento económico y de la merma de la soberanía nacional frente al vecino del norte. Hay permiso para mentir porque no hay sanción, ni legal ni social.
El presidente y los suyos consideran que las reformas que promueven representan un logro mayor en la derrota del régimen neoliberal. Difícil creer, su propósito es avanzar a la debacle del régimen democrático. Elegir jueces directamente es muy complejo, costoso y una manera de someter al Poder Judicial al interés de la presidencia. ¿Venganza visceral contra los ministros de la Corte? No importa la respuesta, lo relevante es que la reforma acaba con la justicia al vulnerar la imparcialidad y la independencia del juzgador y con la división republicana de poderes.
El presidente y los suyos insisten una y otra vez en el denuesto a quienes integran el sistema de justicia federal. El insulto se generaliza y se vuelve propaganda en una guerra sin otro objetivo que erigir una presidencia sin límites, sin leyes que contengan el abuso y sin un sistema judicial que haga valer la Constitución frente a la arbitrariedad. Más aún, la lucha es en dos frentes, acabar con la independencia de la Corte y cambiar la Constitución para afectar el régimen que tutela los derechos civiles o ciudadanos. Allí está la desaparición del INAI, garante de la transparencia y del derecho a la privacidad, también la ampliación de los supuestos para la prisión preventiva oficiosa y, por si fuera poco, la militarización plena de la seguridad pública, decisión contraria a las mejores prácticas y recomendaciones de los organismos internacionales. Eso sí, al régimen se le llena la boca con ser los abanderados mundiales del nuevo humanismo.
No hay duda, el fin justifica los medios; toda resistencia ahora se ignora como se observa en estos ominosos días en los que se dará la puntilla al régimen de división de poderes. Más complicado aún es lo que viene adelante, la inercia autoritaria anticipa represión si persiste el rechazo popular.