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El amante

Aquel amante sereno y perseverante caminó por el desierto del sentimiento y la angustia, en el que las almas carecen de agonía y los cuerpos son humos de unas estrellas que inmóviles cuelgan en noches infinitas. En sus manos llevaba la última chispa temblorosa de amor: el beso olvidado y detenido.

—¿Qué es eso que proteges y con celo tanto cuidas desconfiado? —le preguntó uno de los cuerpos colgado de una estrella blanca y redonda que medía distancias de vidas con su movimiento de perpetuo péndulo.

—Un momento —dijo el amante—, pero por qué preguntas, si en el beso que protejo hay toda una vida de las que mides y admiras.

El cuerpo colgante no evitó sonreir disimuladamente, con la calma de quien ha visto millones de amaneceres y vidas admiradas desde su oscilante posición.

—Eso es una ilusión. Una vida no absorbe ni cabe en un beso.

Pero entonces, un beso angelical de una niña que vagaba en el desierto se acercó y tocó con esos labios incólumes el beso protegido del amante. Al tocarlo, se vieron los anillos de Saturno besarse dentro dentro de millones de bocas disfrutando de placer y amor y la danza de los planetas comenzó en la sonrisa de una extraviada madre.

—¿Cómo puede tanto vivir en tan poco, en un gesto, en un simple beso? —preguntó el beso angelical de la niña.

—Porque un beso no es la medida simple del instante sino del tiempo y su proyectiva perspectiva de abundancia—dijo el amante, la puerta en la que despierta lo eterno e inicia su caricia que nos toca en una vida.

Y el amante siguió su caminar, girando, ajeno y vasto, entre senderos desconocidos de sentimientos y angustias que claman por un beso. Pero el instante ardía, diminuto y sagrado, en el pecho de los que sabían esperar por un beso de la eterna.

Pensó el amante al alejarse que aquel que comprende en un solo beso los ojos del alma, ha cifrado las costillas de una vida entre cualquier posibilidad viviente para la eternidad. Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com

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