Hay tanta libertad en esta página en blanco, aun cuando comienza a ceder bajo su propia felicidad de ser vaciada de sí misma, que al verse cercada por su libertad abierta se desliza poco a poco hacia su otra libertad: la del espacio cerrado que propone un nuevo comienzo de libertad.
Este desierto blanco, casi transparente, es mi anhelar y apetecer, que se acaban lentamente por los instantes de plenitud en el olvido de sí mismos, como río que se pierde en la sal inmensa del océano que es nuestra vida. Pero el olvido de sí mismos hacen que este anhelar y este apetecer se reaviven y que el río regrese a sus fuentes primigenias. Agua, sal y espíritu de aventura en el tono blanco del futuro.
Esto dicen los cuentos, por más o menos elaborados. Es su vida y su obra, es el pálpito, aquella ilusión de ofrecerlo todo en un platillo exquisito al olvido de sí mismo. El único requisito: este anhelar, este apetecer, este seguir del viento que no se detiene y del cual desconocemos su vertiente y su incoherente renacer.
En una bocanada creí ver el resumen de mi cuento entre la distancia de tus pasos. A cada herida al ardor insípido del suelo, la respuesta inequívoca que asalta allá arriba, en las imágenes ya perdidas de la vida. Pero queda en todo ello el anhelar y apetecer de esa distancia que cubren ya tus pasos. A cada tiempo el desdén del reloj y cada segundo el látigo que fustiga a la noche para que se contraiga a sí misma.
Reuní todas las fuerzas de lo real, pero se perdieron en el manjar vacilante ante ese determinante toc toc del caminar, siempre anhelante de regresa, constante en el apetecer, diáfano en el inaugurar cada vez un aire nuevo, una simple distancia a pasos.
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