miércoles, octubre 9, 2024
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Cuando las señales de violencia son ignoradas, la tragedia es casi inevitable

Las noticias de este fin de semana me dejaron la piel helada, no sólo por la brutalidad del caso en sí, sino por el contexto que rodea a los hechos.

Un exnovio violento y lleno de resentimiento irrumpió en la casa de su exnovia para agredir a su familia: a su madre, a su hermano y a ella misma. Las imágenes que circularon son tan perturbadoras como los detalles del ataque, pero lo más aterrador de esta historia es lo que ya se sabía sobre este joven mucho antes de que ocurriera esta tragedia.

Hace apenas un año, este sujeto ya había mostrado señales evidentes de comportamiento antisocial y violento. Junto a un amigo, fue captado por cámaras de seguridad arrojando enormes piedras a autos estacionados. No sabemos si lo hacía por “diversión” o si había una intención específica detrás de su acto, pero lo que sí está claro es que este tipo de conductas son alarmantes y profundamente perturbadoras. Y sin embargo, parece que en ese momento nadie tomó en serio esas señales.

Este es el punto central de mi análisis: ¿qué pasa cuando ignoramos los primeros indicios de violencia? La violencia no surge de la nada, siempre hay señales previas, pero a menudo las minimizamos o las justificamos.

Este joven no sólo había mostrado un patrón de comportamiento antisocial, sino que también, según los relatos de amigos de la víctima, ya tenía un historial de celos enfermizos y control sobre su expareja.

La prohibía socializar, le imponía restricciones y, con su actitud, reforzaba esa idea del control patriarcal que ha sido tan denunciado por la lucha feminista. Sin embargo, muchos aún confunden este tipo de actitudes con “protección” o “cuidado”, cuando en realidad son claros signos de abuso y dominación.

Este caso no es aislado. Lo estamos viendo una y otra vez en diferentes contextos, y lo más preocupante es que en muchos de estos casos, los agresores provienen de entornos privilegiados, estudiaron en escuelas privadas, y cuentan con un nivel de impunidad social que les permite continuar con sus vidas, a pesar de ser una amenaza.

No es un caso de falta de acceso a educación o oportunidades, sino de una cultura que sigue minimizando la violencia masculina, especialmente cuando viene de aquellos que aparentan tener “buenas familias” o un futuro brillante.

La realidad es que la violencia no distingue clase social. Es una manifestación del patriarcado, ese sistema que sigue educando a los hombres para creer que tienen el derecho de controlar, castigar o incluso destruir a las mujeres que no se someten a sus deseos.

Y lo más escalofriante de todo es que este joven pensó que podía vengarse de su exnovia, de una manera tan brutal, sólo porque ella se atrevió a terminar la relación.

Este caso es un recordatorio de la importancia de no ignorar las señales. Las actitudes celosas, posesivas, violentas no son muestras de amor. Y el hecho de que en este caso las víctimas hayan sobrevivido a esta tragedia no debe hacernos olvidar que muchas otras no tienen la misma suerte.

Las escuelas, los sistemas de justicia, la sociedad en general, debemos ser capaces de identificar estas conductas antes de que lleguen a su punto más extremo. ¿Cuántas señales más necesitamos ver para actuar?

Afortunadamente, las víctimas están con vida, pero este tipo de agresores no sólo atacan físicamente; también destruyen emocional y psicológicamente.

La lucha feminista no solo es contra el machismo explícito, sino contra todo un sistema que sigue permitiendo que estos hombres actúen sin consecuencias.

La Chica Única

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