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Barrio de la Luz: cuna de la alfarería poblana

La historia de Puebla se teje con las manos de sus artesanos, y entre sus oficios más antiguos y representativos destaca la alfarería.

En el corazón de la ciudad, el Barrio de la Luz ha sido, desde tiempos coloniales, el epicentro de esta tradición, conservando técnicas ancestrales que han dado identidad a la loza poblana.

Oficio con raíces legendarias

Cuenta la leyenda que el sacerdote del barrio le pidió la intervención de San Jeremías para poder elaborar una palangana. Pero al tratar de hacerla, encontró que la tierra era demasiado seca y que no podía trabajarla.

El Santo empezó a llorar y mientras lloraba sus lágrimas iban cayendo sobre la tierra, humedeciéndola. Con esta agua vio que se podía trabajar la tierra y entonces hizo la palangana

Así nació la alfarería en Puebla, y con ella, el Barrio de la Luz.

El área que hoy conforma este emblemático barrio pertenecía en tiempos prehispánicos a Tepetlapan, palabra náhuatl que significa «Tierra Firme».

En esta zona se extraía el barro fino, ideal para la elaboración de ollas, cazuelas y demás utensilios y se distribuían por todo el Virreinato debido a su excepcional calidad.

BARRIO DE LA LUZ

El auge de la loza poblana

Desde el siglo XVII, la alfarería poblana comenzó a consolidarse como una actividad regulada.

En 1653 se emitió la primera Ordenanza de Loceros, que reconocía distintos tipos de loza: la amarilla, la blanca y la colorada, esta última especialidad de los artesanos del Barrio de la Luz.

En 1689, el capitán Gabriel Carrillo de Aranda estableció un taller en la zona, dando origen a la famosa «Calle de Carrillo», que hoy sigue siendo el núcleo de esta tradición.

El proceso artesanal

A pesar del paso del tiempo, los alfareros poblanos han mantenido sus métodos de producción casi intactos. Existen dos principales técnicas:

  1. El manero: Utiliza moldes de arcilla previamente espolvoreados con polvo de arcilla para evitar que el barro se adhiera. Tras un breve tiempo de secado al sol, se retiran del molde y se les agregan asas o bordes decorativos.
  2. El ruedero o tornero: Se vale del torno para dar forma a las piezas, permitiendo crear objetos cilíndricos como jarros, candelabros y sahumadores. Cada artesano se especializa en una técnica, lo que demuestra el alto grado de destreza requerido.

Posteriormente, las piezas pasan por un proceso de cocción en hornos de leña.

Primero se realiza el «jagüeteado», una cocción inicial que endurece la loza, y después se aplica el «vidriado», en el que una capa de esmalte transparente (greta) se funde con el calor, otorgando a las piezas su característico brillo y resistencia.

BARRIO DE LA LUZ

Declive y resistencia de la tradición

Por casi tres siglos, las calles del Barrio de la Luz estuvieron repletas de jarros, cazuelas y sahumerios.

Sin embargo, la alfarería enfrenta hoy una crisis debido al desplazamiento de los talleres y la competencia con materiales industriales como el plástico y el aluminio.

A la fecha, varios artesanos han sido desalojados, poniendo en riesgo la continuidad de esta práctica.

A pesar de ello, aún persisten colectivos como el Centro Alfarero del Barrio de la Luz, conformado por 15 familias que mantienen vivo el legado.

Curiosamente, todos los integrantes llevan el apellido López, descendientes del primer alfarero poblano.

La alfarería en la identidad poblana

El impacto de esta tradición va más allá de la artesanía; la loza poblana está estrechamente vinculada con la gastronomía local. Durante los siglos XVII y XVIII, surgió el dicho popular:

“De la Puebla, el jabón, la loza y no otra cosa”, enfatizando la calidad de estos productos.

Hasta la fecha, las cazuelas del Barrio de la Luz siguen siendo fundamentales para la preparación del mole poblano y otros platillos típicos.

Aunque la demanda ha disminuido, en septiembre y octubre se experimenta un repunte en las ventas, ya que se producen en grandes cantidades candeleros y sahumerios para la festividad de Todos Santos.

BARRIO DE LA LUZ

Un Patrimonio que No Debe Desaparecer

El Barrio de la Luz, con su legado de arcilla y fuego, es un testimonio vivo de la historia de Puebla. A pesar de los desafíos, la comunidad alfarera sigue luchando por preservar su arte.

La continuidad de esta tradición depende del reconocimiento de su valor cultural y del apoyo tanto de las autoridades como de los consumidores.

Porque en cada olla y en cada cazuela late el alma de una ciudad que se resiste a olvidar su pasado.

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