El 26 de enero de 2020 la NBA se estremeció con la muerte de Kobe Bryant, definitivamente la noticia paralizó al mundo del deporte.
Ha pasado casi un año desde que el mundo del deporte se sacudió con la sorpresiva muerte de Kobe Bryant, pero a pesar de ser una de las máximas figuras de los Lakers de Los Ángeles, el equipo no tiene programado ningún homenaje.
Quién era realmente Kobe Bean Bryant, el chico nacido en Philadelphia (23/08/1978) al que sus padres llamaron así después de descubrir fascinados la ternera de Kobe. ¿Ángel o demonio? Probablemente ángel y demonio. Desde luego, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos y también uno de los más polarizadores. A Kobe, en un recuento rápido, se le llamó: egoísta, chupón, mal compañero, mal líder, psicópata y, la traca para el final, jugador sobrevalorado. Pero, es el reverso de la misma moneda, de Kobe también se dijo que era el mejor jugador de siempre; O como mínimo que era el mejor escolta por delante… de Michael Jordan, al que finalmente superó para convertirse en (ahora, recién superado por LeBron James) el cuarto máximo anotador de todos los tiempos en la NBA. Temperaturas extremas que dejan poco espacio a los climas templados: ángel o demonio, ángel y demonio.
Durante años, «KOBE» ha sido el grito de guerra de muchísimos aficionados cuando anotaban una canasta. En su porche, en el parque, en un pabellón de instituto o en la oficina, con una pelota de papel arrugado. De punta a punta de Estados Unidos, cualquiera que armaba un tiro imaginándose en el último segundo de un partido en un pabellón repleto y mudo, todos los ojos sobre él, gritaba «KOBE» cuando descargaba el lanzamiento. En nuestra mente siempre entran, siempre ganamos, siempre estalla nuestro público o enmudece el rival. Los jugadores de la NBA no son, en realidad, tan distintos. Y los de esta generación crecieron con Kobe Bryant convertido en su Michael Jordan. Kobe no solo era el jugador favorito de muchos aficionados, también era el jugador favorito de muchos jugadores favoritos. Davis gritó «KOBE», como todos, pero su bola de papel era el balón oficial de la NBA y su camiseta era la recuperada city edition de los Lakers 2017-18, un diseño del propio Kobe que rendía homenaje a su alter ego, la Mamba Negra: color oscuro y silueta de escamas. Un uniforme que se hizo temible en Florida, donde regresó (casi como talismán) para los playoffs que Kobe no pudo ver.
La Mamba Negra: en el trance más difícil, de su carrera y de su vida, Kobe eligió ese apodo. Y no solo en referencia a esa serpiente sumamente peligrosa y a los paralelismos con su espíritu en pista, también asesino, y sus movimientos, también elegantes pero letales. «Tenía que organizar las cosas así que creé la Mamba Negra. Kobe tenía que tratar con los problemas personales, cuidar otros asuntos que estaban pasando… pero era la Mamba Negra la que salía a la pista y cumplía con el trabajo. Y ese trabajo era destruir a todo el mundo al que me encontraba enfrente en la cancha». Así lo explicó después de haber sido el villano oficial del deporte estadounidense en un tramo entre sus tres primeros anillos, los de la explosión, y los dos últimos, los de la redención.
En ese período intermedio pasó por el purgatorio de la denuncia por ataque sexual (verano de 2003) de una trabajadora de 19 años del hotel The Dodge And Spa At Cordillera, en Colorado. Un asunto nunca bien aclarado del todo y que acabó con una disculpa pública de Kobe tras un acuerdo fuera de los tribunales. Y que coincidió con los años en los que unos Lakers de perfil bajo retrataron al Kobe, entra la obligación y la vocación, más individualista. De todo ese trance personal y deportivo emergió el Kobe definitivo. Sobrevivió al temporal que en gran parte había provocado con la rehabilitación deportiva y la reinserción mediática.
Y para ese trance, Kobe creó la Mamba Negra, tal y como contó en el documental «Muse»: «Pasé de ser una persona que estaba en la cima y al que todo le salía bien a, en solo un año, no saber dónde me llevaba la vida o siquiera si iba a seguir teniendo una vida como la que había conocido». En ese documental, hablaba indirectamente del caso de Colorado y del efecto que había tenido en su familia: «Escuchaba todo lo que decía la gente, así que necesitaba algún lugar para refugiarme del bombardeo. Necesita espacio para ocuparme de mis asuntos y que algo hiciera el trabajo: la Mamba Negra. Era como una avalancha, nada me iba a detener, nada se iba a poner en mi camino».
En esa etapa, Kobe reconoció después, su ferocidad en la pista no era tanto cuestión de rivalidad con otros jugadores como una reacción al sufrimiento que estaba experimentando: «Los oponentes simplemente aparecían en mi camino». En 2011, Nike hizo con él un anuncio especial en el que discutía con el director Robert Rodriguez la creación de una película de acción basada en la Mamba Negra, un animal elegido después de ver Kill Bill, la película de Quentin Tarantino en la que esta especie era el nombre en clave de una de las asesinas, conocida por sus extremas agresividad y agilidad: «A partir de ahí empecé a leer cosas de este animal y fue como ‘wow, es una pasada».
Los Lakers seleccionaron la camiseta de la Mamba para los segundos partidos de cada eliminatoria: el 2, claro, era el número con el que jugaba Gianna, la hija de Kobe fallecida en el mismo accidente de helicóptero, el 26 de enero. Después, en las Finales, lo usaron también en el quinto partido, con 3-1 a favor: querían cerrar el título con la camiseta de la Mamba, ganar por Kobe; pero Miami Heat, un equipo inferior pero tozudo, forzó el sexto partido, finalmente el último. El que selló, el 11 de octubre, el decimoséptimo anillo de los Lakers, por fin los mismos que los odiados Celtics. El primero en una década, el primero desde Kobe (campeón por última vez en 2010). Y el primero sin Kobe.
Después de la canasta de Davis que partió a los Nuggets (la serie acabó 4-1, unos pocos días después), el entrenador Frank Vogel conectó con el ídolo fallecido: «Ese es un tiro que él habría metido. ¿Nada más recibir y en el momento más importante de la temporada? Ese era un tiro de la Mamba”. La sombra de Kobe Bryant, claro, se había alargado como un abrazo del destino sobre unos Lakers embalados hacia el título, un comando perfectamente preparado que fue, en el momento de la verdad, una montaña de músculo en defensa movida por una determinación implacable y dos jugadores de leyenda como Davis y un LeBron James que lo explicó así: «Cada vez que te pones el púrpura y oro piensas en su legado para nuestra franquicia, en su voluntad de salir siempre victorioso, en lo todo lo que hay que sacrificar por esa determinación… es algo que no te permite ni conciliar el sueño». Como dijo Bill Plaschke, veterano periodista de Los Angeles Times, tras la retirada de Kobe en 2016: «No llegó para ganarse nuestros corazones, llegó para ganar. Sencillamente».
Kobe, es obvio, sobrevoló de forma permanente el recorrido al anillo de sus Lakers, un equipo construido por Rob Pelinka, el arquitecto que llegó en marzo de 2017 al amparo del propio Kobe, del que había sido representante y amigo íntimo. Compañero y confidente. Con el trofeo Larry O’Brien a su lado, Pelinka levantó la mirada al cielo de Florida sin contener las lágrimas: «Parece que tenías razón, tío. Tú me diste la energía para lograr esto», dijo un ejecutivo que había sentido la ausencia de Kobe como una inmensidad inabarcable en la soledad de la burbuja: «A veces oía su voz en mitad de la noche. Me decía que me mantuviera en mi senda, que acabara el trabajo. Tener un amigo que te cambia la vida, que te ayuda a saber qué es sacrificarse y a entender qué es la grandeza… es no hay mejor regalo que ese». La propietaria de los Lakers, Jeanie Buss, heredó el imperio de su padre, el mítico Doctor Jerry Buss que forjó la leyenda del Showtime y tuvo dos jugadores predilectos, primero Magic Johnson y después Kobe Bryant. Jeanie, criada por los pasillos del viejo Forum, era otra de las que sentía que ese título pertenecía también a un Kobe del que, semanas antes, se había despedido así: «No sé cómo decirte lo que significabas para mí y para mi familia. Para mi padre era como un hijo, así que eso nos convirtió en hermanos. Después de su muerte, tú me diste la inspiración y la fuerza que en ese momento no tenía».
Solo ocho días después del All Star Game, el 24 de febrero, se celebró el gran homenaje a Kobe en el Staples Center. Denominado «una celebración de la vida» por su viuda, Vanessa Bryant, y con fecha simbólica, 24-02-20: el 24 de Kobe, el 2 de Gianna, el 20 de dos décadas con la camiseta de los Lakers. «Dios sabía que no podían estar en este mundo el uno sin el otro», dijo en un discurso conmovedor tras el que fue ayudada a abandonar el escenario por Michael Jordan. El astro, el ídolo, el jugador cuya figura inalcanzable fue una obsesión para Kobe, y finalmente un amigo que dejó un discurso para la historia. Para el recuerdo. Pura emoción. Un Jordan con los ojos arrasados en lágrimas, profundamente humano, en una despedida que a la que finalmente dieron sentido todos aquellos que se sumaron a un homenaje inolvidable.
«Estamos aquí para despedir a un padre, a un amigo, y a un jugador de baloncesto. Éramos grandes amigos, era mi hermano pequeño. Había muchas comparaciones entre ambos. Todos tenemos hermanos pequeños, que por razones que sean, siempre te quitan tus cosas: los zapatos, los juguetes… No tiene sentido. Pero con el tiempo eso es amor. Es por la admiración que tienen por sus hermanos mayores. Es por todos los detalles que muestran. Me escribía mensajes por la noche, de madrugada. Me hablaba de cualquier cosa. Para mí, Kobe era una inspiración de lo que debía ser un jugador de baloncesto. Era el mejor jugador que podía ser y yo quería ser para él el mejor hermano mayor que podía ser. Habría que poner las charlas, las llamadas de medianoche, las preguntas tontas. Hablábamos de negocios, de familia, de todo. Él sólo quería ser un jugador mejor, una persona mejor. Era un grano en el culo, pero era Kobe. No puedo esperar a llegar a casa para abrazar a mis hijas. Eso me enseñó. A aprender a querer a los más cercanos. A Vanessa, Bianka, Natalia y Capri, os tenemos en el corazón y os tendremos muy cerca». Ese fue el adiós de Michael Jordan, el adiós de la NBA a un mito que se había marchado, de una forma que todavía parece irreal, el 26 de enero de 2020. En un maldito accidente de helicóptero en Calabasas.
#YoMeQuedoEnCasa