La vida se arrellana en la constelación que albergamos e iluminamos con los pasos que se tornan anécdotas e historias. Somos nuestra proyección caótica.
Pero vivimos dentro. Se arriesga cada vez la vida en su presente irrefrenable y se pierde esta vida en sus consecuencias palpables en el ahora circunspecto.
Y es este regalo a la vez inhumano y celestial el que está en juego si miramos y hablamos y expresamos carencias y dolores y sabores. Así llegamos a amar.
La imaginación se torna hosca cuando se la disminuye por falta de resonancia espiritual y carencia de riesgos y peligros. Vivir es conquistar momento y persona.
Luego la vida es hipóstasis de un infierno que adelanta nexos y circunstancias doradas de amarguras bajo influjo de perlas indecentes.
La felicidad suele tocar y desbroza así el asidero donado que se impele en el puro desciframiento y concreto encierro material del vibrar.
Surge el acontecimiento que resume y somete el dónde del poder vivir que se hace cicatriz con polvo y agua y creatura silente.
Felicidad como cortina que desvela e incendia la visión mismísima del cruel castigo divino del ser lo que somos y del ser pedante y soberano humano.
Lleno de error como su peor desastre es rociado sin embargo cada mañana con el perpetuo fatuo sol que en su incandescencia convoca la piedad.
El futuro está en ciernes perenne y su pléyade de remiendos son inconclusos cálculos cargados del báculo de la vejez que se autosostiene.
Felicidad portuaria e inasible como sesgo del infierno permanente y voluntad que atesora lo increíble en cada voz inhalada.
Es toda vanidad actuada y en el volumen incestuoso con su otro yo desconocido es un devanar ascensos de instante con cada dios hecho pueblo e iglesia.
Suele confiarse cual hidalgo y caballero mortuorio destazándose las tripas si el fluir necesario deja de respirar en sus augurios.
Es impura felicidad misteriosa fluyente de ventura que al lagrimar males va entre puño y letra y se pega al lado lento de la capa maestra del incierto.
Camina entre el plisar fauces y oscuros monumentos de instantes que palidecen de tiempo en tiempo sin hablar su experiencia.
Exprime la risa con que el dolor calla la perdida oscuridad de un yo inacabado que perfila la sonrisa de diablo atolondrado.
Va en los ojos carcomidos del reloj pendiente que muerde la hora crepuscular del que fallece no de espanto sino de felicidad.
Felicidad dada si el dado tuerce la suerte dotada de determinismo oblicuo con el que satanás replica cada paso abyecto y azaroso.
Felicidad en su papel de piel de un suelo erecto como espejo y sin reflejo ni vientre ni despliegue de fugas que bailan.
Cenizas en espera de reconstrucción del hombre de donde provenimos y que pisó los límites del mito reconstituyente del platónico relevo.
Polvo en el que la fe retoma la estafeta del proyecto de ser que albergamos y cuidamos con el último átomo en el dormir pasajero.
Tal la búsqueda y su destino falaz que me persigue pero que influye el espacio que se abre entre paso y rumbo abstracto.
Tal la recámara escénica que se abre y recibe espuelas que arrean viento del tornar al desierto de lo no logrado.
Tal la consigna del vuelo vacuo cuyo bandido es mi alma terca que se asimila a la reconciliación de la resurrección del Señor.
Tal el sentido de doble caminar entre cosas y sus costillas y entre signos y sus diásporas que regresan para perderse en el pardo fuego.
Tal quien soy de espaldas al diablo que es ensayo y error tal si realidad y freno como tumba y destierro que es fieltro del humo.
Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com