Real o en sueños siento la fresca arena entre los pies y miro la línea que se abre con el azul y el naranja y pienso que a esa mar le faltan cabellos, tus cabellos, tus germinaciones que elevan plegarias, tus hábitos que hieren la fortuna de la vida, tus historias que cuelgan de esos cabellos que irrigan la intimidad del conjunto, que asemejan jarcias del aparejo con que surcamos nuestros mares.
Creí reconocer en esta mirada los cabellos que trepan por las inocencias que los ángeles esparcen en las burbujas marina y entre el chascón que entorna sus sueños exultantes llamando al sonrojo de los deseos humanos.
Vi todo tranquilo, pero en su ecuanimidad sentía como con una carga que no lograba descifrar, una intranquilidad que buscaba paz, un ambiente de desasosiego permanente porque esa mar serena no me mostraba sus cabellos. Mientras, la oscuridad comía esa luz que preguntaba también por los cabellos del mar. ¡Por fin la naturaleza y mi pueblerina e insípida alma coincidían en algo!
En el sueño volvimos a encontrarnos. Cada pelo cantaba a la mar y la contenía atravesando los pájaros, esas percepciones aladas, esos renacimientos entre las flores y las tumbas. Con ese encuentro y con las sombras inasibles del entorno, capté la energía a nuestro alrededor: el fetiche de las inocencias que nuestros ojos no pueden ocultar.
¡Ya casi me enredan los cabellos del nuevo mar!
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