Detrás de horizontes de muerte y vida el alma respira amor para intentar descubrir el enigma que todo acaba y construye sin cesar.
Un toque de ánimas no deja de sentirse entre pulsos y reparos y traducirse en el dulce tañido que corona en el ser la individualidad.
Descubrirme y abrir la ventana del mundo son el hábito en que mi yo me habita y con el cual habito y ando del dédalo sus curvas y enredos.
Al buscar del enigma resolución pasan sombras y el tamaño de los hechos pesan y conforman años, cifras e ideas.
Día a día nace y renace la interpretación del choque entre los tiempos de concepción y la eficacia natural cuando los astros pusieron en las venas azar y juego.
Sigue inédito el secreto de la sonrisa y su desplante ante configuraciones que al mover ojos la cambia en sorpresa, asimilación, proposición.
Todavía despierto en la noche y las teorías de los sueños que solían explicarlos han modificado églogas y paradigmas para convertirse en nostalgias.
Los rezos posiblemente lleguen a ínsulas jamás descritas y se asienten en disolutos mapas que los cartógrafos apenas circunscriben entre límites y distancias.
Ha dejado de doler aquellos húmedos toques de pasión de gente que al irse volvió a llevar los pasos al primer encuentro con el cariño inicial.
Pueblan entre las manos los disparos nocturnos de aves metálicas que llenaban las noches de angustia y de un calor que consumía el espíritu.
Al nacernos el amor cada respiración y acercamiento sigue cubriéndose de esa luz que regresa al sentimiento inexplicable del asombrado corazón.
No sé si las espumas de la eudemonía momentánea son asteroides que gravitan en cabezas y almas como mundos posibles que cruzan mis deseos.
A cada intento de amar es el amor quien llena de calor el cuerpo e instala en derredor ese lenguaje que apenas entiendo pero que seduce si uno ama.
Al volver a sonar la hora seguro el amor abrirá lo que llevo dentro y habitaré el respirar eterno que cerrará en su seno el divino candor vuelto enigma.
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