viernes, marzo 29, 2024
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Libro presidencial “Hacia una economía moral”: la falacia “transformacionista” institucionalizada

Hacia una economía moral, reciente libro del presidente López Obrador, es un generoso y contundente homenaje al espíritu de ególatra de su autor: en sus páginas se vive la consagración hacia el culto de la que puede ser, según él, una de las virtudes del titular del poder ejecutivo: su “honestidad”.

Anecdótico, ideologizado, repetitivo y cortado al tamaño del ego del hombre que preside el intento de la “república amorosa”, el texto pretende argumentar las bases de un modelo alternativo de nación al neoliberalismo (“neoporfirismo”, en sus palabras). Se esfuerza por presentar a la corrupción como principal problema y su atención como la medida fundamental que articula al resto de las políticas públicas, la cual haría desvanecer los 36 años neoliberales, de “política de pillaje”, y pasar hacia un nuevo régimen: la cuarta transformación.

La hipótesis consistente en que el grupo gobernante en México de los neoliberales y sus aliados del sector privado, encabezado por el expresidente Carlos Salinas, “padre de la desigualdad moderna”, seguido de los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña, a partir del salinismo acumuló riquezas y fue concentrando poder político hasta situarse por encima de las instituciones constitucionales (mando y decisión en la Cámara de Diputados, Senado, Suprema Corte, Instituto Federal Electoral, Tribunal Electoral, Procuraduría, Secretaría de Hacienda, gobierno federal, PAN, PRI y agrupaciones de la sociedad civil), tal y como ahora lo hace el grupo del presidente y de sus aliados.

Esta hipótesis, que tiene como corolario el fracaso del neoliberalismo, del “neoporfirismo”, la “política de pillaje”, debido a que produjo el traslado de “bienes del pueblo y de la nación a particulares”, sugiere que para avanzar se requiere un modelo que cambie radicalmente México, lo lleve a su “transformación” atendiendo los problemas de desigualdad, falta de crecimiento, concentración del ingreso, empobrecimiento de la población, informalidad reinante y creciente violencia.

Sin embargo, su planteamiento, que quiere hacer pasar como estructuralista, fundamentalista, en sus palabras, “transformacionista”, tiene un problema de concepción de fondo: la corrupción, aun suponiendo que sea un problema importante no sólo ético e individual, público y privado, sino orgánico y funcional, puede no ser “el” problema estructural nacional y “sólo” tratarse, por ejemplo, de la expresión de la calidad de los bienes y servicios públicos, del ejercicio del presupuesto público, con lo cual aunque la corrupción realmente disminuyera (cosa que no está sucediendo), ésta no traería como resultado la resolución de los demás problemas como inseguridad, estancamiento económico, pérdida de productividad, crisis de deuda, entre otros.

Así, si la corrupción no es un problema tan fundamental, como lo quiere presentar el libro, los efectos de su atención, con la inauguración de un “gobierno honesto”, resultarían temporales y parciales. La muestra de ello es que ni se han presentado los resultados de la menor corrupción y, si hay menores actos de ésta, éstos no se han traducido en automático en un mejor desempeño económico. La conclusión es relevante: la cuarta transformación hace pasar el optimismo ideológico y la perspectiva política autocrática del presidente como una postura supuestamente “transformacionista”, siendo en realidad una argumentación de falacia estructuralista (A. Hirschman), es decir, un engaño ideológico dispuesto como artefacto simbólico de masas, legitimante y oportunista con respecto a la desinformación ciudadana, que busca hacer pasar un problema menor, la parte, la corrupción, como el problema de toda la nación, que resume la complejidad, volatilidad y dinámica de la realidad mexicana. Este es un recurso retórico y el texto su presentación doctrinaria.

La política actual se ha fincado en la figura del hombre. De ahí que la astucia presidencial oscile diariamente entre el optimismo —que encubre fallas importantes de la realidad nacional (inseguridad, estancamiento, crisis de deuda, pérdida de las autonomías de instituciones clave) y propone bagatelas para mitigarlas— y el disfraz de “transformacionista”, cuando se trata de confrontar señalamientos, falta de resultados, incongruencias, incompetencias.

En las páginas 34 y 35 del texto denuncia que el neoliberalismo es una “retacería de enunciados sin fundamento técnico ni científico, junto con las llamadas “reformas estructurales” … (que fueron usadas como) “adoctrinamiento… parapeto para llevar a cabo el pillaje más grande que se haya registrado en la historia del país”. La pregunta obligada: ¿cuáles serían, por el contrario, los fundamentos técnicos y científicos que apoyarían no ya “reformas estructurales” ni “pillajes” sino, en su dicho, una “cuarta transformación” fuera de la órbita neoliberal, “neoporfirista”?

El libro no registra esos fundamentos técnicos y científicos, tampoco una visión distinta a la “neoporfirista” localizada en el “pillaje”. Las 190 páginas del libro las guía el afán de adoctrinar desde la falacia retórica, el encumbrar un problema menor y hacerlo pasar como el problema en cuya solución estaría la grandeza de México. Con ello, el libro del presidente no es sino la historia institucionalizada de su ego de “honestidad”, frente al “deshonesto y corrupto” periodo neoliberal.

La conclusión del libro es por demás paradójica: la tarea apremiante —dice— del quehacer nacional (económico, político, social, cultural) sería que se oriente al “bienestar de la población”, aunque el texto no dice cómo lograr este propósito, porque además, advierte, que no debe relacionarse el actuar con “embellecer los indicadores”, ni “multiplicar de manera irracional y acrítica la producción, la distribución y el consumo”, ni a “alcanzar a otros países” (p. 183). Entonces ¿cómo? Y siguen así sin responderse los cómos.

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