jueves, abril 25, 2024
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Ángela Peralta el Ruiseñor mexicano, una vida de superación

Pese a su condición humilde, supo salir adelante y dedicarse a una profesión que solo era para la clase acomodada de su época

Hoy recordaremos a la cantante mexicana Ángela Peralta, acerca del título de Cantarina de Cámara del Imperio fue otorgado por Maximiliano a Peralta en 1865, el escritor liberal Ignacio M. Altamirano sentenció: “Toda la frescura de los laureles que había traído de Europa se marchita vergonzosamente, ante la aceptación de ese nombramiento de una corte bufa y oprobiosa”. Ángela Peralta Castera nació en la Ciudad de México, 6 de julio de 1845.

El 30 de agosto de 1883 murió en Mazatlán la gran Ángela Peralta, llamada por sus admiradores “el Ruiseñor Mexicano”. Pese a ser hija de padres indígenas y de humilde cuna, pudo dedicarse a una profesión que estaba destinada a las señoritas de las clases económicas más favorecidas de su tiempo. Trabajó de sirvienta antes de dedicarse al canto. Con enorme disciplina y gran fuerza de carácter venció los prejuicios de la época y abrió las puertas de ese arte a muchas otras mujeres que la seguirían.

La primera gran oportunidad la recibió a los 8 años, cuando cantó en público La Cavatina de Donizetti. Es evidente que en su infancia recibió algo de instrucción formal y tuvo maestros de canto –quizá don Agustín Balderas, de quien fue alumna en su juventud–, pues se sabía de su educación y sus conocimientos de historia y literatura, así como de lenguas extranjeras, indispensables para una cantante de ópera.

En 1854, cuando aún no cumplía una década de vida, empezó a ser conocida por el expresivo timbre de su voz y las sonoridades que alcanzaba. Más tarde ingresó al Conservatorio Nacional de Música. Con quince años, debutó en 1860, cuando el maestro Agustín Balderas se atrevió a poner en escena, por primera vez, una ópera totalmente preparada en México y ejecutada por mexicanos: El Trovador, de Giuseppe Verdi. Ángela, quien interpretó el papel protagónico Leonora, fue aclamada por el público.

Esta obra al público le fascino y recibió una tremenda ovación. Sin contar con más apoyo económico que el de su padre, viajó a España para tomar clases de canto con uno de los mejores maestros de la época. Después fue a Italia y en 1862 actuó en “Lucía de Lammermoor” ante el más difícil de todos los públicos, el de la Scala de Milán. El triunfo fue rotundo. Y esto le valió para luego ser invitada a cantar ante sus majestades Víctor Manuel II y su esposa, en una representación de “La Sonámbula” de Bellini.

Cuentan los informes de los cronistas de la corte, que tal interpretación fue tan aclamada, que la Peralta tuvo que salir a agradecer a su público las ovaciones otorgadas 32 veces. El público de aquella noche estaba repleto de autoridades políticas, artísticas y periodísticas que ni tardas ni perezosas alabaron la magnífica voz de la soprano mexicana. Sin embargo, no fueron los únicos que la vitorearon, pues después de Turín y la corte del rey Víctor Manuel II, le siguieron contratos para presentarse en Roma, Florencia, Bolonia, Lisboa y El Cairo. Al terminar esta gira, todas las ciudades italianas la hicieron su figura indispensable durante las temporadas de ópera entre 1863 y 1864; cosa que raramente sucedía, salvo con las grandes excepciones, como es el caso de Ángela Peralta.

Un lustro estuvo en Europa, lleno de éxitos públicos, pero de soledad personal, mientras México combatía la invasión francesa.El Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, le hizo la cordial invitación para que volviera a México en calidad de figura primerísima del Teatro Imperial Mexicano. Precedida de una gran fama, a fines de 1865 regresó a México el 20 de noviembre de 1865, la ciudad de México se vuelca para recibirla.

Actores de la academia de Bellas Artes, estudiantes del Colegio de San Carlos, intelectuales, artistas, gobernantes, la anónima masa y, por supuesto, su familia, salieron a darle la bienvenida después de un intensísimo viaje en el que cosecha muchos de sus más grandes triunfos. Una vez en México continuó sus estudios y sus exitosas presentaciones en diversos escenarios mexicanos. El emperador Maximiliano que, era amante –al menos según sus dichos– de todo lo “mexicano”, ansiaba oír a la soprano hija de indígenas que sorprendía al mundo con su voz.

Después de escucharla, maravillado, la nombró Cantarina de Cámara del Imperio. Con ese título realizó presentaciones en Guanajuato, León y San Francisco del Rincón. En Guadalajara inauguró el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, hoy Degollado.En 1867, ante la inminente caída del régimen imperial, volvió a Europa. En Madrid contrajo matrimonio con su primo, el literato Eugenio Castera, del que enviudó tiempo después. Regresó a México convertida en empresaria, con la misión de llevar la ópera a distintas ciudades y públicos del país. Más tarde realizó una tercera gira por Europa, donde inició un amorío con su administrador Julián Montiel Duarte, razón por la que fue juzgada por las buenas consciencias de su época.

Peralta permaneció incólume ante las críticas hasta su lecho de muerte, pues contrajo nupcias in articulo mortis con su eterno amante. En 1883, durante una gira al frente de su compañía, desembarcó en Mazatlán, donde alcanzó a dar una función, la última, antes de caer fulminada por la fiebre amarilla que asolaba por entonces al puerto sinaloense y que apagaría para siempre el hermoso canto del Ruiseñor Mexicano.

Con información de Relatos e Historias y Foros El Siglo

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